There is no road. Hasta 16 marzo

Tomando (y traduciendo) los archiconocidos versos de Machado, "There is no road (the road is made by walking)" ("No hay camino; se hace camino al andar") supone una aproximación de vanguardia a los usos contemporáneos del arte paisajístico. La LABoral de Gijón acoge una megaexposición donde, efectivamente, el paisaje tiene marco, pero dentro de él... ¡todo se mueve!

"There is no road" se presenta posiblemente como su exposición más conservadora, y cae quizá en la búsqueda de justificación conceptual para unas obras de paisaje cuya audacia -fuera de los conceptos particulares que han generado cada pieza- no deja de ser levemente arcaica. Porque uno de los grandes avances del paisajismo, asimilada ya la fotografía como un sustituto válido a la pintura, es ahora el movimiento que le da el vídeo. Efectivamente, gran parte de las piezas comisariadas son tableaux vivants: grandes marcos de luz proyectados para unos paisajes donde la naturaleza está viva, y mueve los árboles, la niebla y las olas. O donde el ojo que la observa también vive, y con la cámara en mano, recorre las rutas creando un continuo suceder de paisajes revisionados, reestructurados. Y esto, revolucionario para las ajadas estructuras de exhibición artística, no deja de ser más que una actualización de las antiguas "tomas de vista" con las que el cine debutó como arte allá por 1895.

No siendo el cine y el videoarte lenguajes paralelos ni vinculados necesariamente, esta reflexión no pasa de puro apunte historicista. La muestra en La LABoral es quizá también conservadora en que el paisaje analizado se ha limitado a "viajes de artistas por montañas, lugares apartados y otros destinos remotos", en consonancia con el abrupto paisaje local Asturiano. Donde gran parte de las obras han sido realizadas, cabe añadir. Pero no todas. Y los Picos de Europa rivalizan aquí con otros montes como el Everest o el Fujiyama. Pero también con los nevados paisajes de Finlandia o Noruega. El problema es que esto da una unidad estética en principio loable, pero finalmente un poco reiterativa y monótona.

El conjunto de piezas presentadas posee, es cierto, una fuerza connatural a la idea planteada. Y todas, por separado, contienen belleza y poesía. Hay algo épico y sacro en esas montañas y senderos retratados, tan épico y sacro como el paisaje romántico. La expo insite en remitirnos al carácter íntimo de las experiencias presentadas, pero aquí los artistas se han dejado llevar claramente por la magnitud de lo retratado frente a su escasa, ínfima, estatura humana. Están sobrecogidos por el paisaje. Terminan divinizando el paisaje, o relatándolo con ponderación épica.

Los tableaux vivants más impresionantes pertenecen a los artistas españoles Gabriel Díaz o Roberto Lorenzo, con visiones estáticas pero divididas en múltiples puntos de vista (el primero) o la recreación de una ruta que se recorre, el segundo. También los nórdicos: el finés Axel Antas, por ejemplo, muestra en "Landscape" un neblinoso paisaje montañés lleno de melancolía palpable. El sonido es otro de los elementos añadidos a estos nuevos paisajes que se mueven. Pero no el sonido natural: también la posibilidad de modificarlo y añadirle música o efectos, como hacen el turco Egin Çavusoglu con sus marinas, y también los más narrativos Alexander & Susan Maris, que inventan el "paisaje por capítulos", en un documental fragmentado ("Uriel") sobre el Naranjo de Bulmes, juntando tradición rural y mística medieval con emotividad y reflexión contemporáneas.

Las perspectivas más interesantes, empero, surgen cuando el hombre se hace presente. En esto, son modélicas las acciones del noruego A K Dolven, que en la inmensa instalación "Ahead" insiste en la futilidad del esfuerzo humano, reducido a la nada por una ladera que un grupo de casi penitentes trata de coronar sin éxito. O el británico Simon Faithfull, que en "0º00 Navigation" plantea la utopía de caminar en línea recta por varios paisajes, salvando sus obstáculos. Una pieza espectacular en la que, sin embargo, no hay verdadera honestidad: tanto los paisajes como los obstáculos están demasiado seleccionados, casi diseñados, para el tránsito del artista.

La documentación de la experiencia y sus extraños réditos intelectuales, operativos y conceptuales centran dos de las piezas más incuestionables: por un lado, el acercamiento de la artista de Singapur Erika Tan al monte japonés Fujiyama, que abarca desde dibujos recopilados de la célebre montaña hasta un paseo en funicular por su ladera, componiendo un mapa destructurado entre la forma icónica definida y la experiencia vivida. Otra pieza maestra es la del vasco Ibon Aranberri. La instalación "Exercises on the north side" fue presentada en la Documenta de Kassel de 2007. A modo de aula pedagógica desordenada, un vídeo proyecta tomas de diferentes escaladores de una misma montaña, dejando claras las diferencias de la experiencia en la asunción del paisaje, y patente la provisionalidad tanto del relato como del esfuerzo.

Por último, las piezas más convencionales, que componen un agradable paseo por arte con dobles vínculos, ejecución impecable, ánimo sosegado y vocación esteticista. Una sucesión de animales en madera de los suizos Lutz & Guggisberg se plantea la posibilidad de un land-art de interior. O los paisajes recortados de Annabel Howland, un paso más allá en las técnicas de representación del paisaje fotográfico: un territorio real que la artista convierte en simbólico o ideal a fuerza de menoscabos.


La exposición "There is no road" se puede contemplar en La LABoral de Gijón hasta el 16 de marzo de 2009.